Notimar

jueves, 1 de octubre de 2015

 ⚓ La piratería de altamar y los cruceros II 

La piratería es la práctica de saqueo organizado o bandolerismo marítimo: Es tan antigua como la navegación misma. El término pirata es sinónimo de "Ladrón del mar", pues es una persona preparada y habilitada para el saqueo y secuestro de embarcaciones.




 “Recorramos primero su larga historia, sus batallas y los mercenarios más conocidos en el pasado para venir al presente, a bordo de nuestro barco crucero y actualizarnos en el tema”.




El miedo a lo desconocido

Los marinos de la antigüedad carecían de brújulas y astrolabios y de otros medios mecánicos para conocer su posición y distancia a tierra. Una tormenta bien podría alejarles de ésta y desorientarles y quedarse vagando en la infinidad del océano al no poder precisar el rumbo de destino ni, incluso, el camino de vuelta a casa. Y la historia se les complicaría aún más cuando vemos el tipo de barco que utilizaban. Era mayoritariamente de remos y de poco calado, inestable cuando se enfrentaba a olas enfurecidas y muy parco en bodegas para el almacenamiento de mercancías y víveres.

Las limitaciones técnicas de la época (tanto en instrumentos como en la construcción de buques, lo que suponía un riesgo para navegar incluso en mares conocidos) junto con miedo a lo inexplorado, lo recóndito  e incierto (existía el convencimiento que detrás del horizonte el mundo se terminaba), hacían que los marinos no se alejasen de la costa en sus expediciones y que éstas se desarrollasen, sobre todo, durante el día y en las estaciones más propicias.

Habría que esperar a nuevos adelantos y a una concepción del mundo más global para que se aventurasen a largas travesías sin fecha de recalada. Las dificultades no iban a faltar, pero serían asumibles.

La historia de la piratería es difícil de separarla de la historia de la navegación. Inicialmente, el robo, el secuestro y la esclavitud se consideraron práctica habitual entre los marinos. En la antigua Grecia, por ejemplo, los prisioneros de guerra solían terminar como esclavos dado que la mano de obra escaseaba (y no hay que remontarse tan atrás pues la esclavitud no se abolió internacionalemente hasta nada menos que 1929). Para Homero, escritor griego del siglo VIII a.C., Aquiles y Odiseo también ejercieron de piratas y, en la Micenas del siglo XVI al XIII a.C., era práctica habitual entre los reyes. Parecía, pues, no existir mucha diferencia entre navegante y pirata, situación que ha perdurado hasta bien entrado el siglo XVII.

Cualquier acto de pillaje inglés, francés u holandés después de la conquista de América contra barcos españoles (lo que suponía asaltar navíos, saquear bodegas, matar tripulaciones o raptar a algún dignatario para pedir rescate por él) estaba no sólo bien visto en las cortes de estos países, sino que se fomentaba su práctica dada la rivalidad que se tenían. No hay que olvidar los títulos de "Sir" que la corona inglesa otorgó a los piratas y corsarios Henry Morgan y Francis Drake (con cien años de diferencia) por sus andanzas contra los intereses españoles mientras que España clamaba un castigo ejemplar contra ellos, es decir, la horca.

Igual que el interés político existía el económico. Un capitán que perdiese sus mercaderías y parte de sus hombres, no importa bajo qué circunstancias, pocas excusas podía esgrimir ante sus armadores para salir airoso, sobre todo en una Europa que vivió al borde del hambre hasta el siglo XVIII. Volver con las manos vacías significaba a veces un duro golpe para la economía de la localidad y ya podía entonces darse por despedido y tildado de tener mala suerte, lo que le acercaba más a la pobreza por la dificultad de que le encargasen una nueva empresa. O podía ser acusado, incluso, de negligencia y cobardía, lo que suponía en ocasiones un ejemplar castigo. Si este capitán caía en desgracia perdiendo su carga, haría cualquier cosa para recuperar su valor. No podía defraudar a los armadores.

Los Caballeros de la Orden de San Juan eran cristianos defensores de la fe católica. Sirva esta anécdota para documentar lo antedicho. Pues bien, estos fervorosos creyentes de la época de los hermanos Barbarroja, hacían ejecutar a sus propios capitanes cuando perdían un barco a manos del enemigo. Ser débil significaba, además de perder una balandra o una plaza, poner en entredicho la credibilidad de un país o de una familia o de un mando. No es de extrañar que la defensa, tanto de las mercaderías como de un fuerte, se hiciese a muerte. Más valía perecer por el filo de una espada enemiga que terminar en manos de los propios compañeros acusado de cobardía y con una soga al cuello. Como muestra, el caso de Alonso Peralta. Estaba al mando del presidio de Bugía cuando el rey de Argel organiza un ataque en 1555 y se apodera de él. Alonso Peralta sobrevive al combate y cuando regresa a España es ahorcado por haber perdido la fortaleza.
Los secuestros de altas personalidades, raptos y retenciones abundaban y estaban institucionalizados. Cuando se producía uno de ellos y, a falta del pirata que había cometido la tropelía, se declaraba  responsable subsidiario el país al que pertenecía éste (sobre todo en tiempo de paz) y  los embajadores se cruzaban sus respectivas quejas que la mayor parte de las veces no eran atendidas. Ante la falta de resultados diplomáticos, el estado ofendido actuaba por cuenta propia y comenzaba a requisar propiedades y bienes de ciudadanos que tuviesen la nacionalidad del infractor hasta compensar las pérdidas, siendo esta costumbre muy utilizada por todos los gobiernos europeos.

En 1540 Dragut, capitán berberisco y mano derecha de Barbarroja, es capturado por Andrea Doria y se le esclaviza como galeote durante cuatro años hasta que el propio Barbarroja paga 3.000 ducados por su rescate. Lo mismo que le aconteció a Miguel de Cervantes, hecho preso por los turcos durante cinco años hasta que su familia reúne el dinero suficiente (500 escudos de oro) para liberarle. Incluso Julio César, futuro emperador romano, fue retenido en el 78 a.C. por los piratas quedando libre sólo cuando sus compatriotas pagaron el rescate que pedían por su vida.

Respecto de los abordajes, que hoy creemos un acto de impiedad, no eran más que un trámite en el camino y lo realizaban hasta las armadas reales. Podemos leer a Antonio Pigaffetta, uno de los dieciocho hombres que regresaron de la expedición de Magallanes en su vuelta al mundo, contar que en septiembre de 1521 cuando abandonaban la isla de Cimbombón, cerca de Borneo, hicieron señas a un junco para que se detuviese, “pero como no quiso obedecer”, relata, “le perseguimos, le cogimos y le saqueamos” cogiendo al gobernador de Palaoán y emplazándole “a que en el término de siete días pagase por rescate cuatrocientas medidas de arroz, veinte cerdos, otras tantas cabras y ciento cincuenta gallinas”.

Ahora descubramos sus rincones en la historia donde se escondían

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